6 abr 2012

Something

Pero lo más difícil de ordenar era la parte superior del armario. Con infinita paciencia sacó las cajas y fundas de ropa apiladas. Una vez vacío, pasó un trapo para quitar el polvo. Tratando de alcanzar la esquina más alejada, topó con algo suave. Tiró delicadamente de la tela y esta se precipitó del armario quedando estirada en el suelo, era un corpiño rosa ajustado unido a una falda corta de varias capas de tul. Jamás había visto aquel vestido, pero, a la fuerza, tenía que haber sido utilizado. La falda tenía varios descosidos, además de un sinfín de ramitas, hojas y arenillas pegadas, decorada con varias manchas parduzcas que o bien podían ser de tierra o bien de sangre reseca.
Supuso que su hija lo habría escondido en su día y había olvidado donde estaba, de modo que lo dejó estirado en la cama, ordenó el armario y se fue a su cita con el alergólogo.

La sorpresa de su hija al descubrirlo vino seguida de un fuerte arrepentimiento, ¿cómo podía haberlo tenido olvidado tanto tiempo?
Incrédula y emocionada lo cogió con delicadeza. Había olvidado lo ligero que era. Tocándolo con cuidado se le ocurrió una idea. Se alisó el pelo poniéndose la diadema de pequeños brillantes y se pintó la raya negra al igual que aquella noche. Agachada de calzó los altos tacones negros, pero cuando alzó la vista, ya no se encontraba en su habitación. Sin poder creerlo se levantó despacio.

El gigantesco hall se mostró ante sus sorprendidos ojos decorado con las altas columnas de piedra. Pero...era imposible, no podía ser. Aquello ya había pasaso, y, sin embargo, estaba pasando otra vez. Era justo como lo recordaba...no, justo no, todavía falta algo. Con el corazón en un puño atravesó el hall y entró en la sala de la que provenía la música. Practicamente oscura, iluminada tan solo por las luces de colores típicamente discotequeras, mostraba un ondulante mar de personas que, extasiadas de año nuevo y alcohol, bailaban al ritmo de la música. Como aquella noche ella recorrió minuciosamente con la mirada la sala hasta que al final lo encontró.
Lentamente se abrió paso con la mirada fija en su objetivo. Con el estómago revuelto, el pulso acelerado, la boca seca y más nerviosa que nunca le alcanzó y le dió un golpecito en el hombro. Se preguntó qué le diría él en aquella repetición de esa noche cuatro meses más tarde. El chico se giró y sonrió al reconocerla."Pareces una bailarina". Las mismas palabras.

Estaba ocurriendo de nuevo, pero, en lugar de alamarse, decidió relegar su preocupación al último rincón de su cerebro y disfrutar por segunda vez de aquella primera noche. Volvió a tomar aquella copa de vodka con blue tropic y volvió a bailar las mismas canciones. Él volvió a acercarse a su oído a decirle algo solo para ella, y ella volvió a mirarle con la cara encendida y a cogerle de la mano dispuesta a salir de allí. Dejando los vasos en la barra salieron al balcón de piedra. El frío los recibió con un viento gélido, pero ellos apenas lo notaron.Una vez más volvió a disfrutar con la vista, la colina se extendía bajo la casa mostrando que era el único sitio habitado en algunos kilómetros. Despistando al vigilante salieron del balcón y se adentraron en el monte, alejándose cada vez más de la casa. En la precipitada huída tropezaron a la vez con algo y cayeron al suelo estrepitosamente. Riendo, soltaron la ropa enganchada a los pinchos de la alambrada y, sin ver la señal de "Coto de caza", la sortearon con cuidado. Finalmente llegaron a un claro no muy alejado de la valla. Comenzaron a besarse y él la recostó contra el suelo tumbándose con cuidado encima. Buscó con la mano su cadera deslizándose luego por la pierna. Sus medias, llenas de carreras y sangre por la caída, dejaban al aire la piel de sus rodillas totalmente de gallina. Ella se incorporó y las arrancó de sus piernas, dejándolas abandonadas en el suelo.

Quizás era el aire fresco de la noche que olía a romero y tomillo, quizás era la sinfonía del arrullo de los árboles mecidos por el viento, quizás eran las alejadas luces de la ciudad que salpicaban el horizonte, quizás era él, que la miraba a los ojos sin querer perder uno solo de sus gestos, quizás era la certeza de que solo se necesitaban el uno al otro, quizás era su corazón, que latía aceleradamente, quizás era la ternura que sentía crecer dentro de ella que le hizo decirle "te quiero", quizás era el aire frío que sentía en sus piernas o la tierra crujiendo bajo su espalda, quizás era que nunca había hecho el amor bajo las estrellas.
Una voz la devolvió a la realidad.
-Hija, ¿estás ahí? Ya estoy en casa